El crimen organizado, que suele estar al tanto de los grandes talentos que se dan a pasto en estas tierras pródigas, debe estar consternado, prácticamente consumido, por no haber detectado a tiempo un elemento con las características del padre Maciel. Pocas veces se había dado un personaje que dada su naturaleza voraz bien pudo superar con creces al Chapo Guzmán, no se diga Arturo Beltrán Leyva, pero eligió ser líder espiritual de una poderosa orden religiosa, los Legionarios de Cristo, y al mismo tiempo impulsor empedernido de los ritos de la estimulación temprana.
Pederasta, drogadicto, megalomaniaco, sociópata, mitómano y canalla en general, el tristemente célebre terror de seminaristas y monaguillos, agregó hace meses un pecado más a su lista de excesos, al quedar demostrado que también había tenido esposas e hijos.
Interesante que para engañar a la que sería su esposa de 25 años, Blanca Estela Lara Gutiérrez, sobre su verdadera personalidad depredadora y como consentido de Juan Pablo II, se autodenominaba agente de la CIA.
Y así, cuando creíamos que la colección de bajos instintos de este hombre que estuvo al borde de ser canonizado había tocado fondo, se descubrieron nuevas cosmogonías en materias de animalidad insospechada: sus hijos, en entrevista con Carmen Aristegui en MVS Radio, revelaron de una manera que sólo puede ser calificada de terrible y conmovedora, la manera en que fueron vejados, atormentados, violados y sometidos a sórdidas terapias por su progenitor.
O sea, Marcial Maciel Degollado era la encarnación misma del anticristo. El lobo hambriento y sanguinario vestido de oveja. Todos tenemos una doble vida, dicen los de Soda Stereo, pero él tenía un complejo tinglado de mentiras que resguardaban su infinita multiplicación de existencias y personalidades, a cuál más de retorcidas.
Ya torpedeada la línea de flotación, los Legionarios de Cristo han comenzado a esbozar dudosas peticiones de perdón y exaltadas exigencias exculpatorias. Por supuesto, no es suficiente, tendrían que ser obligados a resarcir a las víctimas y a los perseguidos por su cofradía que defendió a capa y espada a su prócer, con dinero contante y sonante, con una pequeña pero jugosa ayuda del Vaticano que, por supuesto, contribuyó a conformar el cerco de impunidad alrededor de Marcial Maciel. No se diga las compañías, industriales y plutócratas que no sólo cobijaron al pederasta, sino que atacaron con furia incandescente a quienes lo señalaban y denunciaban, como ocurrió con sus víctimas, y al inolvidable Canal 40 que encuerara a esta bestia luciferina.
jairo.calixto@milenio.com
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