Los grandes toreros de la historia tenían un secreto común. Nacieron imbéciles, en el seno de familias de imbéciles. Si quieres llegar a algo tienes que tener esa suerte. ¿Como saber si eres lo suficientemente imbécil? Se aprecia en detalles como los siguientes:
- El único himno que te conoces más que el español es el “cara al sol”
- Tu padre luce banderitas de España con un águila por toda la casa, encima de la TV, en cuadros, en pegatinas en el coche…
- Tu cociente intelectual es menor de 80.
- Desprecias a los animales casi tanto como al sexo femenino
- Adoras la violencia, las películas de tiroteos y hostias a mansalva son lo tuyo. Y para relajarte, cine de barrio.
- Crees que el tío que te lleve la contraria en uno de estos puntos es gay, cosa antinatural para ti.
- Te encanta ver a Jesulín maltratando animales. Algun día querrías llegar a ser como él y poder grabar tambien un disco.
- Eres profundamente religioso, ya que tienes muy claro que Dios te ama sobre todas las cosas, incluido animales, vecinos, rojos de mierda y gente que te cae mal en general.
Debes dejar los estudios para dedicar tu vida a la tauromaquia. Cultura y afición al “arte” de los toros son incompatibles. Una pena, pero tu sabes cual es tu prioridad en la vida: ser un gilipollas total. Lo superarás. En la ignorancia está la felicidad y no cabe el arrepentimiento.
Hay dos formas de llegar a torero famoso. Uno, ser de familia ya famosa con precedentes toreros, o bien, ser un idiota de interés para la prensa rosa. En el primer caso ya lo tendrás todo hecho; en el segundo basta con ligarte a una famosa. Si cumples ambos requisitos además podrás maltratar a tu pareja, lo que aumentará tu caché como buen macho español. Eso es lo principal. Lo de torear es lo de menos.
Echale chulería española. Sé altanero, siéntete importante, superior. Demuestra a que clase perteneces. Usa palabrería nazi como “casta”, “linaje”, “nobleza” que demuestre que has nacido por encima de la mayoría de la gente y, por supuesto, por encima de todos esos animales de mierda. Has nacido para enfrentarte al
toro. Eres un valiente y la gente te admira, a ti y a tu subnormalidad.
Cómprate un traje de torero. La plata y el oro han de lucir. Solo alguien como tú puede llevarlos. La gente en la plaza se fijará en eso, no en que debajo del oro y la plata hay un hortera a lo Loco Mía enfundado en unas mallas apretadas marcando “paquetillo” y raja del culo , con las que cualquiera querría que se lo tragase la tierra por un sentimiento de ridículo espantoso… (todos excepto tú, claro)
¡Valor y al toro! No tengas miedo. Poca bravura necesitan los toreros en sí, ya que como han denunciado varios veterinarios de la plaza de Las Ventas de Madrid, para restarles fuerzas a los toros se les clavan alfileres en los genitales, les introducen algodón en la garganta, líquidos cáusticos en los ojos para dificultar su visión, les hacen incisiones en las pezuñas, donde pondrán una sustancia corrosiva que les produce ardor y les impide mantenerse quietos. Su desorientación es tal que podrás hacerle un pase, y luego darle la espalda ante el asombro del público. Además un día antes de que el toro pise la plaza le recortan los cuernos para proteger al torero, le cuelgan sacos de arena en el cuello durante interminables horas, lo sumergen en agua y cal toda una noche para ablandar su piel y facilitar la introducción de las mortales picas, lo encierran en un lugar oscuro para que, al soltarlo, la luz y los gritos de los espectadores lo aterren y sus intentos de huir parezcan ferocidad. Tu no tienes nada que temer: en el mundo del toreo, el torero es un secundario cuyo trabajo es sólo hacer la pose, y rematar la faena.
Vacila al toro y quédate con el público. Para mayor afición del público, que te aplaudirá hasta reventar, al toro se le introducen puyas de hasta 14 centímetros mientras tú descansas. Unos hijos de puta se dedican a hacer esto, montados sobre caballos enfundados en armaduras pesadísimas. Ellos no corren peligro, lo peor que puede pasar es que el toro derribe al caballo en un intento por defenderse y este otro animal sea entonces el que sufra. Para el desgraciado animal, la muerte se hace rogar. Aún debes atravesar su cuerpo con una espada de 80 centímetros de longitud, que puede destrozarle el hígado, los pulmones, la pleura, etc. Si tiene suerte morirá ahogado en su propio vómito de sangre y, si no, le apuñalarán en la nuca (descabello), con una espada que termina en una cuchilla de 10 centímetros que le seccionará la médula espinal. Mientras ha perdido el control sobre su cuerpo, el toro sigue consciente para ver cómo aquella barbaridad termina en el llamado arrastre. Mientras todo eso sucede, tu serás aclamado, vitoreado y sacado a hombros. ¡Eres un héroe!
Que nadie te discuta que esto es un arte. Da igual que te digan eso de que el arte es un acto de creación, no de destrucción y de matanza. Esgrime tus fantásticos argumentos, como el de que es una lucha de
igual a igual entre hombre y bestia. Para ti el toro es una hermosa y noble bestia cuyo destino es ser atravesado por tu espada, para rematar ganándote sus orejas y su rabo. El que lo hayan drogado es lo de menos, para demostrar que tu lucha es de igual a igual, tú te drogarás la semana que viene en tu chalet de Marbella. Métete una buena raya mientras tus amigos de la jet-set admiran la cabeza del toro al que “venciste” colgada de la pared. Así, todos contentos.
Presume de amante de los animales. Di que sin la gente como tú la raza del toro de lidia no existiría. Gracias a ti esa raza se ha conservado y destinado a la tortura y exterminio continuado, sin que la extinción del pobre animal frene nunca las ansias de sangre animal de buenos ejjpañoles como tú, que aman la “cultura” de su pais al tiempo que se llenan los bolsillos de dinero de cientos de fascistas que defienden esta estúpida tradición.
Como puyazo final, y para que tu nombre sea recordado por siempre (como Manolete, que en paz no descanse), muérete en el ruedo. Muérete bien muerto como jamás nadie se había muerto. Deja que ese noble animal te perfore con sus astas y verás la luz que te lleva al más allá, mientras tu nombre queda grabado entre los de los grandes “matadores” (que hermosa palabra, al contrario que la de su sinónimo ”asesinos”…). Descansarás en paz, al igual que todos los seres vivos que has torturado y asesinado, cuya vida valía más que la tuya.
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