ROMA, 30 de marzo (apro).- En vísperas de Semana Santa, el Papa  Benedicto XVI vive su propio vía crucis, pues el tema de la pedofilia  dentro de la Iglesia católica ya no le permite estar en paz.
Las víctimas siguen apareciendo por todos lados: Irlanda, Austria,  Suiza, Holanda, México, España, Estados Unidos y Alemania, este último,  tierra de origen del Papa y de su hermano, Georg Ratzinger.
En días pasados, el escándalo alcanzó a Georg cuando se supo de otros  casos de abuso contra niños de la Escuela del Coro de la Catedral de  Ratisbona, donde aquel fue director durante 30 años (de 1964 a 1994).
Dos sacerdotes fueron condenados por pederastia, pero el hermano del  actual Papa dijo desconocer los hechos. Y Benedicto XVI ni siquiera se  pronunció. Aquí la “primera caída”, con la tensión cada vez más fuerte  en El Vaticano.
Días después, el pasado viernes 19, después de largos silencios y  tibias declaraciones, el Papa envió a los católicos de Irlanda la tan  anunciada carta en la que se conocería la posición de la Iglesia en  torno de los delitos de pederastia.
Por primera vez, el Pontífice mencionó en su misiva que los  sacerdotes involucrados en ese delito deberían rendir cuentas no sólo a  Dios, sino a los tribunales de cada uno de los países donde se hubieren  cometido.
Pero, como era de esperarse, la “tolerancia cero” a la que Ratzinger  se refirió en aquella carta de nueve cuartillas no fue suficiente para  algunos, sobre todo para las víctimas, conscientes de que muchos de los  “pecados” a los que se refería el Papa ya habían prescrito. Fue, pues,  un pronunciamiento no tan justo y, además, tardío. “Segunda caída”.
Y es que los delitos que han cometido los hombres de la Iglesia no  son menores. En Irlanda, por ejemplo, la violencia en las escuelas  católicas data de los años 30 hasta nuestros días, y en Austria se  denunciaron abusos contra al menos 20 niños entre fines de los 70 y  principios de los 80.
El pasado lunes 29, la Iglesia católica de Austria nombró a Waltraud  Klasnic, exgobernadora regional de ese país, para que indague sobre esos  abusos.
“Queremos que la Iglesia se mantenga fuera, por lo que la  representante decidirá un equipo del cual no podrá participar ningún  eclesiástico. La Iglesia puede y debe aprender a ser transparente”, dijo  el arzobispo Christoph Schoenborn, de Viena, luego de conocerse el  nombramiento de Klasnic.
En tanto, la Iglesia en Suiza investiga nueve casos “graves” por  violencia sexual y otros 60 menos graves, todos ellos ocurridos en los  últimos 15 años.
En Holanda, los casos se elevan a 350 testimonios de violencia, que  por miedo no fueron denunciados en su momento.
Ante tales horrores, El Vaticano intentó una nueva estrategia y después del fin de semana pasado, cuando el Papa dio a conocer su carta a los irlandeses, quiso montarse en el tema de las elecciones regionales italianas (realizadas el domingo 28 y el lunes 29) para desdibujar el asunto.
Así, el lunes 22, un grupo de cardenales pertenecientes a la  Conferencia Episcopal italiana, encabezados por monseñor Angelo  Bagnasco, salió a dar la cara, pero sólo para posicionar algunos temas  que interesan a la Iglesia.
Sin medias tintas ni rodeos, Bagnasco fue al punto: “El voto católico  debe estar contra el aborto, porque es un delito inconmensurable”.  Ningún problema para hablar en contra del aborto, para atacar la  corrupción y defender la integración en un país donde los inmigrantes se  han criminalizado.
Sobre la pedofilia entre los sacerdotes, ese día, a petición de los  periodistas, Bagnasco dijo: “Es un crimen odioso, es más, aberrante, un  pecado escandalosamente grave que traiciona el pacto de confianza  inscrito en la relación educativa”.
Con la pregunta encima, el prelado aceptó que se debía afrontar la  verdad, pero también pidió “no exagerar” en las notas, pues desde su  punto de vista había más acusaciones que casos ciertos.
Pero su discurso no pudo mantenerse por mucho tiempo, pues mientras  él hablaba en Italia, en Alemania el presidente de la Conferencia  Episcopal de ese país, monseñor Robert Zollitsch, daba una entrevista  exclusiva a la revista Focus, en la que reconocía los silencios de la  Iglesia ante los casos de abuso sexual por parte de sacerdotes.
Ese mismo lunes 22, Zollitsch confesó otros pecados cometidos en  Alemania. Y aquí, la “tercera caída”.
“Es verdad, la Iglesia católica ha ocultado abusos sexuales por años.  Es un problema de toda la sociedad, pero cada uno de estos casos  oscurece la cara de la Iglesia”, dijo.
Desde la patria del Pontífice, Zollitsch, quien apenas el pasado  jueves 18 acudió a El Vaticano con un grupo de obispos para tratar el  espinoso tema, confesó en la revista alemana que el catolicismo, la  Iglesia y sus instituciones se ahogan en una crisis que parece cada día  más grave.
Así, por ejemplo, en la última semana se dio a conocer que al menos  14 religiosos son investigados por la magistratura general de ese país  por sospechas de abusos o violencia sobre menores, y hay otros 250 casos  confirmados de abuso sexual entre los años 50 y 80. La mayor parte de  ellos corresponde a delitos ya prescritos. La “cuarta caída”.
Tras conocerse los abusos, Der Spiegel, la revista más importante de  Alemania, recordó al Papa que cuando era obispo de Munich y Frisinga, él  ya sabía que el padre Meter Hullermann, transferido de Essen a Munich,  tenía antecedentes pedófilos. “Quinta caída”.
Y Der Spiegel ha asegurado en sus publicaciones que fue el mismo  Joseph Ratzinger quien examinó el expediente y aceptó el cambio del  sacerdote, todo con pleno conocimiento de los antecedentes de abuso  sexual, pues fue él mismo quien le recomendó seguir una terapia.
Dos semanas después de su llegada a Bavaria, el sacerdote estaba de  nuevo en activo y se encargaba de celebrar las misas. Volvió a estar en  contacto con niños. “Sexta caída”.
Por este caso también se investiga a 14 religiosas, quienes ya han  aceptado colaborar con la justicia. El resto de las monjas ha preferido  callar porque, según las investigaciones, también habrían sido abusadas,  por lo que se calcula que el daño podría ser hasta 20 veces mayor.  “Séptima caída”.
Ni los casos ni las acusaciones se detienen. Cada día aparecen  nuevos, pero quizá uno de los más graves de los últimos días, por la  cantidad de víctimas y la documentación existente, lo dio a conocer el  influyente diario The New York Times el pasado jueves 25.
El mismo diario informó sobre el caso del sacerdote Lawrence C.  Murphy, quien abusó de 200 niños sordos en Wisconsin durante más de 20  años.
Y aquí la “octava caída” del Papa, pues –según documentó el rotativo  estadounidense– en 1996 Joseph Ratzinger, entonces cardenal y prefecto  de la Congregación para la Doctrina de la Fe, no respondió a dos cartas  sobre este caso enviadas por el arzobispo de Milwaukee, en las que se  señalaba como autor de los abusos a Murphy.
Este sacerdote trabajó en una escuela para niños sordos entre 1950 y  1974 y, según The NYT, pese a las repetidas advertencias, se optó por  intentar tapar el caso para evitar el escándalo, en lugar de expulsarlo.
Después de publicado ese caso, otro reportaje del semanario Espresso,  aparecido el pasado viernes 27, dio a conocer la situación en Italia.  “Novena caída”.
Suman ya 40 los nuevos casos –que recorren parte del territorio  italiano, desde Bolzano (al norte) hasta Palermo (al sur)– de misioneros  y catequistas que por años callaron y ahora salen a la luz pública. Y  El Vaticano, mientras tanto, quiere ya cambiar la página.
Mario, una víctima de abuso sexual en Lombardía, confesó: “Fue la  Iglesia a aconsejar a mis padres de no denunciar la violencia y al final  me convencieron también a mí de no acudir a los tribunales”.
Y, como esa, decenas de historias. Todas ellas tienen un común  denominador: el silencio aconsejado por altos jerarcas en cada una de  las ciudades donde fueron cometidos los delitos.
Gracias a la investigación de Espresso, la Congregación para la  Doctrina de la Fe aceptó analizar el caso de otros abusos sexuales en el  Instituto Provolo de Verona, donde durante 30 años varios religiosos  abusaron de decenas de niños sordomudos, y esos delitos fueron cometidos  bajo el altar y en los confesionarios del instituto. “Décima caída”. El  camino aún parece largo.
El papa Benedicto XVI no tiene respiro. Y antes de que los obispos de  todo el mundo salieran en su defensa, él mismo lanzó un mensaje,  aprovechando la homilía del Domingo de Ramos:
Y así dijo: “Dios da valor para no dejarse intimidar por las  habladurías... El hombre puede escoger una vía fácil y evitar toda  fatiga, puede incluso descender hacia lo más bajo, hacia lo vulgar.  Puede empantanarse en el lodo de la mentira y de la deshonestidad”.
Un día después comenzó la defensa. Desde Viena salió el cardenal  Cristoph Schoenborn, asegurando que Benedicto XVI intentó investigar los  casos de abusos de menores dentro de la Iglesia católica en la década  de los 90, pero que sus intentos fueron bloqueados por su antecesor,  Juan Pablo II, quien en estos días es especialmente recordado por su  quinto aniversario luctuoso.
La Semana Santa y la crucifixión están cada vez más cerca. Y ahí  sigue Ratzinger. Camina respaldado por la Iglesia, que ha callado  durante años, y por los jerarcas que en todo momento han aconsejado a  las víctimas no hablar de los abusos.
Pero desde Alemania, su misma patria, y Gran Bretaña, donde tiene  programada una visita pastoral para septiembre próximo, ya han pedido la  renuncia de Benedicto XVI.
Frente a la catedral católica de Westminster, en Londres, un grupo de  manifestantes agrupados en la coalición “Protest the Pope” exigió su  dimisión por haber encubierto abusos sexuales contra niños y  adolescentes.
Y en Alemania, donde ayer mismo se anunció la apertura de una línea  telefónica para las víctimas de abusos contra menores, las encuestas  reflejan un repudio ante el silencio del Papa por los casos de  pederastia conocidos en los últimos días.
 “El silencio del papa Benedicto XVI ante los casos de abuso sexual  por parte de miembros de la Iglesia católica es repudiado por 46% de los  alemanes y 45% de los católicos”, señala una encuesta del semanario  local de investigación periodística, Stern.
     Cynthia Rodríguez
Proceso
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