Playa del Carmen.- Letra muerta la ley de protección a la vida animal, ausente el respeto a la existencia, sobre toda ética y moral, en la perrera municipal de Playa del Carmen, cabecera de Solidaridad, cada semana son ejecutados en condiciones infamantes e ilegales 90 perros, con pistoletes neumáticos para matar reses, a un perro literalmente lo despedazan brutalmente.
En un escenario de atrocidades que justifican la obra de Singer El Penitente: “Frente a animales indefensos, todos somos nazis"; antes de morir los canes son encerrados de una semana a diez días en celdas, en las que yacen vivos sobre muertos, heridos con agonizantes, en una nata de sangre descompuesta, heces fecales, orines secos, bochornos y miedo.
En esta ciudad, segunda más importante del estado, cuya población es de más de 70 mil habitantes, vagan por las calles unos 50 perros mil callejeros; otros en cantidad, hasta ahora no precisada, forman jaurías ferales –que volvieron al salvajismo— y merodean por playas alejadas y atacan a quienes pueden.
En mayoría están enfermos de moquillo, variante del sarampión humano; erlinquia, provocada por picadura de garrapata que genera alteraciones nerviosas; parvovirus, que ataca al corazón y el aparato digestivo y sarna sarcótica, causada por
ácaros; todas se transmiten a humanos por fecalismo; la rabia está erradicada en esta entidad.
ácaros; todas se transmiten a humanos por fecalismo; la rabia está erradicada en esta entidad.
La Organización defensora de los canes expresa: “Estamos conscientes de que los perros callejeros son una plaga, no nos oponemos a que los exterminen, pero pedimos que lo hagan con dignidad, con respeto a la propia ley”.
“En lugar de combatir el problema de manera racional, la perrera se limita a recogerlos y hacinarlos en 24 jaulas, apenas reciben alimentos, sin agua corriente, unos llegan heridos y no son atendidos; el hambre desata peleas internas en las que los grandes matan a los cachorros; muchos mueren ahí, todos esperan en estado de pánico.
En estas tropicales versiones de Dachau, con calores de más de cuarenta grados, en medio de humores nauseabundos, en un lodo de sangre podrida, heces y vómitos, los canes comienzan a morir lentamente, mientras llega el verdugo, igual que escribe Koberwitz en su obra “Los animales, mis hermanos”.
Los perros, como ningún otro animal sufren los malos olores, el olfato, su sentido más importante, termina por atrofiarse; esto genera grave depresión; en muchas celdas con cuatro o cinco canes, tres están muertos y se descomponen.
Para sacrificarlos usan un pistolete neumático, para matar reses de 300 a 500 kilos, que dispara una lanceta de acero que desarticula la cerviz y aisla la columna vertebral; a los perros esa lanceta realmente les revienta, atraviesa el organismo, deshace arterias del cuello, pulmones y desangra al animal.
Quintana Roo promulgó desde marzo, una de las mejores leyes de protección a la vida del país; en el artículo 5 señala: “Es obligatorio proteger a los animales, garantizarles bienestar, atención, asistencia, auxilio, buen trato, velar por su desarrollo natural, salud y evitarles maltrato, crueldad, sufrimiento y zoofilia.”
También “denunciar, ante autoridades correspondientes, irregularidades y violaciones de esta ley, incluso en caso de gobiernos y promover en las instancias públicas y privadas, cultura, protección, atención y buen trato a los animales”.
De acuerdo con esta ley, a perros que por necesidad sean sacrificados, se les debe aplicar una inyección letal, un anestésico llamado Doletal; por falta de presupuesto, no se compra, alega el doctor Arturo Alfaro, director de Salud Pública.
El director del Centro de Acopio Canino y Felino, nombre oficial de la perrera, Carlos Medina, quién según los Amigos de los Perros, se ostenta como médico con un certificado apócrifo, asegura que “aquí es perrera, no albergue” y disfruta su habilidad con el pistolete.
Para el grupo el problema está en escaso presupuesto, falta de profesionalismo de encargados y corrupción; “existen pruebas de que el director y el encargado del Centro de Acopio, Carlos Medina, lucran con especies valiosas, multas y chantajean a niños y a mayores de familias con dinero cuando reclaman sus mascotas.
Muertos, los animales deben ser cremados, pero el horno reboza bolsas con perros muertos en descomposición, hirvientes de gusanos, “porque tampoco hay dinero para comprar gas”, asegura “el doctor Carlos”.
“En esta vida todo se paga, ellos –los encargados de la perrera— también tienen que pagar por esto”, asegura triste una de las militantes de la organización en Playa del Carmen y pide, "por favor, no publique nuestros nombres, le tenemos miedo al doctor Alfaro, es malo, muy malo".
Fernando Meraz-corresponsal/Milenio
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